La autoritaria voz pertenece a una mujer joven, que apenas pasaría de la veintena. Su melena lisa, del color del fuego, reposa sobre sus hombros y cae en su espalda hasta por debajo del nivel del pecho. Una túnica de tela plateada cubre su cuerpo, de porte arrogante. Sus iris ambarinos destacan en su bello rostro.
-¿Y quién coño eres tú para preguntarlo? –replica Retian, cortante, superado el sobresalto inicial.
-¿Cómo osáis dirigiros a mí con tal descaro y desvergüenza? –casi grita la no humana.
Acompaña la furia de sus palabras de una suerte de fuerza que derriba al hombre.
-Levantáos, noble congénere –con un tono amable, tiende su mano a Skold-, y explicadme qué ha ocurrido.
El muchacho toma su mano y se pone en pie, agradeciendo el gesto con una sonrisa.
-Este hombre –lanza una mirada a Retian, aún tendido en el suelo- y yo somos compañeros de viaje. Juntos huimos de la prisión angélica, y en estos momentos trataba tan sólo de ayudarme a controlar mi poder.
-¿Cómo decís? –el desconcierto se hace patente en la voz y la expresión de la mujer.
-Sí, ese poder que me permitió destruir al ángel… –calla, al ver que sólo acrecenta su turbación.
-Será mejor que me lo expliquéis desde el principio –pide.
Y de este modo, Skold resume su historia. La oyente no interrumpe el relato, aunque muestra su sorpresa ante la revelación de la amnesia que padece el joven.
-¿Entonces no recordáis nada? ¿Ni de dónde provenís, ni qué circunstancias os han conducido a la prisión, ni quién sois?
Por toda respuesta, él niega con la cabeza.
-En ese caso, tendré que poneros al corriente de todo. ¿Consideráis a ese hombre –señala con un dedo a Retian, incorporado durante la narración de Skold, que la mira con odio- digno de vuestra confianza?
Tras una dubitativa pausa, responde afirmativamente.
-Bien… lo primero son las presentaciones. Mi nombre es Delerainne.
-Él es Retian, y yo soy Skold.
La mujer le mira fijamente durante unos segundos, con una extraña expresión. Entonces, estalla en carcajadas.
-¡Skold! –logra decir entre risas, lo que provoca que se carcajee con más fuerza.
Se lleva una mano al pecho y patalea, incapaz de recuperar la compostura mientras las convulsiones sacuden su cuerpo. Es la suya una risa sincera, cantarina y cristalina, que deleita el oído y es prueba de franca diversión. El joven, mientras tanto, la observa ofendido, y Retian interrogante.
-Lo lamento, de ver… –comienza, pero rompe a reír de nuevo.
La mirada de Skold se endurece.
-¿Puedo saber por qué os causa tanta gracia mi nombre? –pregunta, seco.
Delerainne logra serenarse ante su actitud, aunque sus ojos aún brillan, divertidos, y se seca las lágrimas con el dorso de la mano.
-Lo lamento. Os pido disculpas, es sólo que esa palabra me ha traído recuerdos de algo pasado –sonríe, encantadora-. Y tenemos entre manos asuntos más importantes que los recuerdos de una muchacha, de modo que… procedamos.
»Como sí recordarás –introduce con un tono más serio-, nuestro continente, Miria, está dividido en dos por las montañas. Aquí, en la mitad oeste, hay ángeles, y en la este, demonios. La Voluntad de Náramil es terreno común, por donde patrullan tanto unos como otros. Dada su natural oposición, sienten cierta inquina instintiva mutua, por lo que son frecuentes las reyertas entre pequeños grupos. Sin embargo… puede asimismo darse el mucho más infrecuente caso de que entre individuos de género y raza opuesta surja un sentimiento. Es fácil deducir –la tristeza empaña levemente su voz- que tal amor es considerado traición por ambos bandos. Si se descubre un romance entre ángel y demonio, sólo es aplicable la pena de muerte. Por ello… las parejas sensatas huyen juntas. Al quedarse la mujer embarazada, el hombre llega muchas veces a sacrificar su vida con tal de proteger a su… herética –dice con énfasis- familia. Cuando el niño nace… la madre no tiene muchas opciones. Sabe que la acabarán encontrando, y que la matarán junto a su hijo por el absurdo crimen de haber amado… De modo que nos abandonan junto a pueblos humanos, donde creen que jamás un ángel o un demonio descubrirá nuestra naturaleza.
Suspira.
-Con el tiempo… –prosigue- sobre la pubertad, los de nuestra especia adquirimos la conciencia de ser distintos, de albergar algo más en nuestro interior. Sentimos el ansia de partir y, por una suerte de percepción instintiva, nos encontramos con otros congéneres. Así fue como se formaron varios pueblos semiescondidos en las montañas, pero probó no ser un buen lugar para vivir. De modo que establecimos nuestra capital en el Reino Negro, el este de Miria, porque los demonios no nos persiguen sistemáticamente como los ángeles. Hemos llegado incluso a establecer más de un acuerdo con ellos. De cualquier modo… no podemos tolerar esta situación –sus ojos se iluminan con ira y determinación-. No podemos permanecer impasibles mientras se busca y se trata de llevar a cabo nuestro exterminio. Por eso tomamos tiempo ha la resolución de luchar. Debemos demostrar a los ángeles que tenemos derecho a existir. ¡Debemos ganarnos ese derecho, obligarles a reconocernos para que dejen de perseguirnos como a aberraciones! –se dirige a Skold- ¿No lo crees así?
-Si así es… sin duda –es su respuesta-. Mas… ¿son en verdad los ángeles de perseguir y matar a los suyos sólo por amar… y a los niños fruto de ese amor? Me cuesta creerlo…
-A todos nos cuesta. Empero, de ese modo proceden. Su propia luz les ciega en ideales absurdos…
-Y nosotros debemos abrirles los ojos –la expresión de repulsión de su rostro muestra que no le desagrada la idea-. Entiendo.
-Pues sí que tenéis líos jodidos –interviene Retian, que había permanecido escuchando hasta entonces-. Yo ya los veía como un rato cabrones, pero… en fin, que me apunto a vuestra venganza contra esos hijos de puta.
Delerainne le mira con reprobación; no obstante, asiente con la cabeza.
-Si tal es el caso, he de informaros de que os encontráis en la más propicia de las situaciones para ello: pues el motivo que me ha impulsado a cruzar la cordillera es el descubrimiento y posterior aniquilación de uno de nuestros últimos asentamientos en la Voluntad. ¡Asaltaremos la prisión de Sláeros, liberaremos a nuestros presos y mataremos a cuanto ángel se interponga en nuestro camino!
Un coro de voces ruge de emoción, ira y rabia, y es su bramido tan estruendoso que hace temblar la tierra.